Trochando sin Fronteras Edicción #24
Asistimos a un momento de la historia determinado por la culminación de una etapa unipolar de la geopolítica mundial. Después de la disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos se erigió como la mayor potencia mundial. En tal condición, continuó expandiendo sus negocios, invadiendo países y agenciando guerras en todos los rincones del mundo, especialmente en los que: 1. representan un interés económico; 2. confieren una ventaja militar sobre un área específica o 3. se ubican en un punto de presión sobre otros pueblos o zonas de interés.
En los últimos años ese panorama cambió. La unipolaridad imperialista se ve seriamente afectada por el surgimiento de nuevos bloques o ejes de poder internacional en el que Rusia y China -principalmente- aumentan su poderío no solamente militar, sino económico y de relaciones de mercado. Esta nueva situación pone en entre dicho la hegemonía del imperio norteamericano.
La invasión a Afganistán, Irak y Libia, las intervenciones e impulso de conflictos en Siria, Yemen, etc. muestran, por un lado, el poderío militar de Estados Unidos y algunos aliados europeos, pero por otra parte evidencian el desespero de un imperialismo en decadencia y seriamente amenazado.
Recientemente ha venido aumentando el protagonismo de Rusia y China en el escenario económico y militar, lo que ha puesto en jaque la economía del dólar; en esta dinámica, con más sigilo pero con la misma contundencia, estas nuevas potencias han hecho alianzas con países que tienen grandes reservas de petróleo como Irán, Venezuela o Siria, lo que posibilita el posicionamiento geoestratégico de esos países.
No podemos dejar de lado la intervención militar directa de Rusia en Siria contra objetivos concretos el Estado Islámico -EI-, lo que de paso afecta la posición de Estados Unidos en ese conflicto, pues el EI ha sido utilizado por el país norteamericano para desestabilizar gobiernos y someter pueblos que en el Medio Oriente no son afines a los intereses del Imperialismo.
En este escenario de conflictos económicos, varios países de Latinoamérica han tomado parte. Por un lado Colombia con el establecimiento de más de 10 bases estadounidenses en suelo nacional; por otro lado Venezuela afianza su compromisos con Rusia, efectuando acuerdos comerciales y militares. La contradicción entre los dos países sudamericanos se hizo más evidente entre agosto y septiembre pasados, con el cierre de la frontera por parte del gobierno venezolano. Tal medida fue anunciada como un intento de debilitar el paramilitarismo y el contrabando, dos fenómenos que han generado una crisis social y abierto una brecha del retorno de la oligarquía venezolana al poder.
A esta última situación los medios masivos de comunicación quisieron sacarle provecho, distorsionando la realidad, ocultando los millones de colombianos que se encuentran en el exterior, y no de turismo, sino tratando de buscar mejores condiciones de vida o protegiéndose del terrorismo de Estado. Así como también omitieron el abandono en el que las comunidades fronterizas se encuentran y por la cual debían consumir o sostenerse con productos venezolanos.
En el contexto nacional encontramos varios elementos a tener en cuenta. Por un lado, pasaron las recientes elecciones regionales que reacomodan -pero que no cambian- el panorama de posicionamiento de la ultraderecha, que echa mano de su maquinaria electorera, corrupta y clientelista para reproducir el régimen de gobierno y legitimar al Estado. Aprovechándose de las miserias del pueblo sobornan conciencias y compra opiniones, funcionarios y estamentos como lo ocurrido en varias ciudades, incluyendo Bogotá.
En nuestra opinión, el ejercicio electoral está muy lejos de ser un escenario de participación política y democrática de la sociedad. Sólo el día que erradiquemos el hambre y la miseria de nuestros conciudadanos tendremos la tranquilidad que su participación será a conciencia.