Aun así, lo verdaderamente interesante de esa campaña presidencial es que vuelve a demostrar la capacidad que tiene el capital y sus empresas de comunicación para camuflar los problemas reales y conducir a la población de todo el planeta en medio de la “ilusión democrática”. Esa ilusión es cada vez más exigente de fabricar, ya que demandó la astronómica inversión de 15.900 millones de dólares, y a pesar de ello la abstención electoral se elevó al 43 % del total.
Sin embargo, como esos 140 millones de votantes definen buena parte de los destinos de más de ocho mil millones de personas en el planeta, necesitaron emplear 10.500 millones de dólares solamente en la publicidad interna de los EE. UU., actividad que fue reproducida y magnificada en todas las agencias de noticias del mundo, hasta lograr subsumir a la población en una disputa pasional absolutamente álgida.
Como en las numerosas películas que han hecho sobre el tema, logran que las masas interioricen los discursos y pasen a pendular entre sus esperanzas y odios, para así ser divididas y empujadas a vivenciar día a día el proceso electoral y sus noticias como si se tratara de otro capítulo más de su serie favorita. Esa inversión millonaria forja y funde a actores, escenarios y espectadores en una excitación perversa similar a la provista en las riñas callejeras, en que a falta de razones y argumentos buenos son los agravios, llevados al paroxismo escénico, donde cómicamente de un lado se chilla— “marxista-socialista” y del otro se riposta— “fascista”, acto culmen que rompe luego en un silencio abridor de la siguiente escena, en la que todo aparece como el reinado de la civilidad, y en la que los ojos son fijados sobre las pantallas, qué cubiertas de mapas coloridos anuncian resultados.
Esa perversión y el paroxismo causan una especie de ceguera ante el resultado fundamental: que una vez más la población ha sido envuelta, dirigida y manipulada por dos partidos que representan a los magnates capitalistas y la ultraderecha del mundo. Partidos que a su turno y manera han promovido y desarrollado guerras en el extranjero para beneficiar a sus capitalistas, y que no han guardado medida ni reparo para arribar al extremo de incitar, publicitar, financiar y entregar armamento para cometer un nuevo genocidio, el que dolorosa y descaradamente discurre frente a nuestros ojos. El resultado de la tragicómica contienda es que se continúa legitimando el estrujamiento del trabajo, porque entre “bastidores” el juego se trataba, por así caricaturizarlo, de la disputa entre E. Musk + Timothy Melon contra Bill Gates + G. Soros, show sobre el que se apalanca una rentabilidad insospechada, en la que Elon Musk invirtió menos de cien millones de dólares, pero al día siguiente sacó más de 30.000 millones de dólares en utilidades, ante el incremento del valor bursátil de sus acciones.
La otra secuela es que la población trabajadora de los EE. UU. ha sido envuelta en un remolino de manipulaciones y porquerías pasionales, por medio del cual se les ha empujado a ceder en sus derechos civiles a cambio de la ilusoria y siempre esquiva promesa de más seguridad económica, siendo objetivos fáciles ante el sistemático debilitamiento de sus condiciones de vida, tanto que necesidades básicas como educación, salud o vivienda ahora son lujos esquivos para la mayoría de esa población.
Ese remolino construido con mentiras, manipulación de encuestas y exageraciones busca —y logra en buena medida— deslizar las causas de los problemas generados por los capitalistas y sus políticos, sobre los inmigrantes, a los que suman ahora las mujeres y poblaciones LGBQT+, convertidas en el objetivo por perseguir y reprimir. Sumándose, una campaña publicitaria desde cuentas bot y no oficiales en las que Elon Musk armas en mano junto a Trump, incita a asesinar a los comunistas, remedando las primeras grandes obras de Hitler al perseguir, encarcelar y asesinar en los centros de concentración a los socialdemócratas y comunistas de Alemania.
Sin embargo, para que tamaña manipulación haya cristalizado ha sido necesario que a sus pies existiese algo muy podrido y malo, tan pérfido que desde hace años permite presentar a la democracia de ese país como la mejor y más desarrollada del mundo, cuando frente a su propio espejo únicamente puede aparecer un agente de la guerra y el genocidio, capaz incluso de ensombrecer la vida de sus propios trabajadores y votantes.