El guion es viejo, el imperialismo sigue siendo hegemonía. Desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca el 20 de enero de 2025, su administración ha retomado la agenda más agresiva del intervencionismo estadounidense. Acusando al presidente venezolano Nicolás Maduro de narcotraficante y criminal, puso precio a su cabeza y activó el despliegue de fuerzas aéreas y navales hacia el sur del Caribe. El propio secretario de Estado, Marco Rubio, confirmó que el Pentágono inició estos movimientos como parte de una nueva política que, desde febrero, designó a carteles de droga y grupos armados en México y Venezuela como “organizaciones terroristas”, abriendo así la puerta legal para justificar operaciones militares directas en la región.
No es la primera vez que Washington inventa pretextos para meter sus tropas en nuestro continente. El Congreso de los Pueblos lo recordó con claridad: «esta es la reedición del “Plan Colombia” y de la doctrina Monroe, que desde hace 200 años intenta mantener a la región como el “patio trasero” de Estados Unidos. Hoy y casi siempre, bajo el disfraz de la “lucha contra el narcotráfico” y “la seguridad”, se prepara una escalada que podría incendiar la frontera colombo-venezolana.»
Mientras Trump agita la amenaza militar, también descarga otro frente de ataque: la guerra económica. En menos de dos meses ha impuesto aranceles del 10% al 40% a 70 países, con un 25% para India —aliado clave en Asia— y un 50% contra Brasil tras el juicio a Bolsonaro. No se trata de comercio, sino de chantaje político. La intención es clara: castigar a quienes no se alineen con sus intereses y golpear cualquier intento de independencia económica.
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Frente a este panorama, China juega otra carta: ampliar su política de arancel cero para 53 países africanos y fortalecer la cooperación con el Sur Global. No es altruismo puro, pero sí representa un contrapeso frente al látigo arancelario de Washington y una oportunidad para relaciones menos asimétricas.
Frente a esta presión política y económica imperialista, el Congreso de los Pueblos fue categórico: Colombia debe dejar de ser cómplice. Reconocer al gobierno de Maduro, romper acuerdos militares con Estados Unidos y retirarse de la OTAN son pasos urgentes si no queremos ver nuestro territorio convertido en plataforma para una guerra ajena pero sangrada con sangre nuestra.
En Venezuela, las comunas y el proyecto bolivariano resisten bajo un bloqueo brutal, demostrando que hay otra forma de organizar la vida y la economía sin obedecer al FMI ni a las multinacionales. Esa resistencia es ejemplo y esperanza para los pueblos que soñamos con soberanía real.
La historia enseña que el imperialismo, fase superior del capitalismo, nunca descansa. Hoy amenaza a Caracas, mañana puede ser La Paz, Managua o incluso Bogotá, porque su objetivo no es solo dominar territorios, sino someter a los pueblos al dictado del capital transnacional. La respuesta no puede limitarse a la defensa formal de la soberanía, sino que debe ser la unidad de la clase trabajadora y los pueblos en lucha por acabar con el sistema que engendra la guerra y la dependencia, cerrando el paso a toda forma de dominación, venga del norte o se disfrace de aliado.