Manifestación Stonewall 50 años - Universidad Javeriana
Trochando Sin Fronteras, julio 2 de 2019
Por: América Niño – @Americanub
A las machorras, lesbianas, transexuales, gays, homosexuales del clóset, transgenero, bisexuales a todos y todas las disidencias de género hoy les dedico esta columna, a quienes se atreven a transgredir el orden establecido y ponen por encima su placer y su derecho a la diversidad, a la sexualidad consentida, al amor, a la libertad.
El pasado 28 de Junio se conmemoró la primera lucha colectiva de la comunidad LGTBIQ en contra de la represión policial y desde entonces las conquistas han sido progresivas y las disputas se han librado en la calle, en las plazas y en los tribunales. Recordar el StoneWall1 como el primer escenario de lucha colectiva continúa siendo necesario; hacia la década del 60 en USA la homosexualidad era punible y además vista como una enfermedad digna de lobotomía2, la Policía tenía por costumbre hacer redadas en este lugar en New York, pero ese día que hoy se recuerda con cariño y nostalgia, nadie subió al camión, se opusieron con palos, piedras, puños y cualquier cosa que sirviera para manifestar su rabia y su cansancio, esta vez ganaron y hoy recordamos con orgullo su victoria.
Pero no todo es color de rosa en el carnaval del orgullo gay, si bien en Colombia pasamos de un código penal de 1936 en que se condenaba el “acceso carnal homosexual” como delito, a la constitución de 1991 en la que se reconoce la libertad e igualdad ante la ley y el libre desarrollo de la personalidad, las condiciones para las diversidades sexuales están lejos de ser iguales a las de la población heterosexual. Sin embargo, este día continúa siendo un motivo de fiesta, de expresión carnavalesca, de colectividades que se abrazan en la diversidad y el reconocimiento de la igualdad.
Pero este texto no está dedicado a describir la marcha del orgullo, ni hablar de sus conquistas en términos jurídicos, sino más bien a hacer un retrato de aquellas que están en las sombras, en las periferias de las ciudades o del campo, de quienes lejos de poder estudiar o trabajar dignamente, les ha tocado ganarse las esquinas de los barrios tolerantes a puño limpio o han tenido que someterse a golpes e insultos de sus parientes o desconocidos – que muchas veces andan en camionetas blindadas y con las cabezas rapadas, o que deben usar un disfraz cotidiano para ocultar su orientación por temor a perder su empleo o su familia. Hoy el turno es para las diversidades de la clase popular, las que no hacen de su condición sexual otro elemento de consumo masivo, las que deben vivir sus condiciones de diversidad y pobreza al límite y aun así seguir con la frente en alto.
Sus tacones maltrechos son el único elemento que revela el paso del tiempo, el andar de esquina a esquina enseñando un poco más, siempre regias e imponentes, las trabajadoras sexuales trans, son tal vez quienes más corren riesgos en las calles y por eso el día del orgullo continúa siendo una lucha además de una celebración, una que debe reivindicar su derecho a conseguir el sustento a través del sexo y que además tiene el reto de brindarles seguridad para no seguir muriendo en moteles malolientes y bares de mala reputación, para dejar de ser golpeadas cuando esto no es motivo de placer, para dejar de ser abusadas cuando han dicho que no quieren. Ellas que con sus mallas enterizas, sus minifaldas ceñidas, escotes profundos y maquillajes exuberantes son personas con más dignidad que cualquiera, quienes escriben hoy la necesidad de eliminar las etiquetas del género y replantear la heteronormatividad3 porque han sufrido en carne propia los rezagos de una sociedad podrida, que se niega a comprender que hay otras formas de sentir, de amar, de llegar al clímax, de trabajar.
Lejos del maquillaje, los tacones, las lentejuelas y los brillantes, están las lesbianas con identidad de género masculino, con su ropa ancha, tenis o botas, con gorras, el pelo corto, chaquetas grandes y de colores neutros, aquellas que renunciaron a los estereotipos de feminidad para el consumo, aquellas que ocultan su busto entre la ropa o con fajas, las mismas que fueron tratadas de machorras en la infancia, que sufrieron de burlas y señalamientos por parte de las otras niñas del salón que las trataban de raras por jugar futbol o al trompo mejor que los niños y que aún después de su etapa escolar se ven obligadas a escoger, en la medida de lo posible, una ocupación que no las obligue a usar tacones o maquillaje, que les permita estar en el mundo sin la pregunta constante de quiénes son, y por qué, las mismas que siguen evadiendo las reuniones familiares, porque la tía les pregunta ´¿para cuándo el matrimonio o los hijos?`, y no solo por eso las evaden, sino porque allí su familia no recibirá con agrado a su pareja y seguirá refiriéndose a ella como su amiga.
Muchos no tienen 18 años, andan en calles de tolerancia después de las once de la noche, son delgados, de caminar pausado, ropa ceñida aunque no femenina, el pelo alisado, algo de maquillaje para disimular el acné, son los chicos que venden servicios sexuales a hombres mayores, se acercan a carros y camionetas que bajan la velocidad al verlos, muchas veces suben allí y nunca regresan o vuelven con golpes en el rostro y decididos a atrapar esta vez, a un pez gordo o a alguien que pague bien. Saben que no se pueden defender legalmente si alguien se quiere aprovechar, conocen los riesgos y muchas veces se ven obligados a buscar allí el sustento para sí mismos o su familia, o no, o simplemente entienden que sus posibilidades son pocas y prefieren vender su cuerpo en las calles porque, de todas formas les gusta y el horario de trabajo no interfiere con su estudio. Ellos han desarrollado una guía práctica para identificar a los abusadores o las mejores rutas de escape por si llega la Policía o algunos neonazis armados con sus bates de beisbol y se cuidan entre sí, por eso prefieren andar en pequeños grupos y vigilar el lugar por si alguna señal de alerta pone en riesgo su vida, su integridad o su negocio.
En las zonas rurales, habitan entre el silencio y la negación, hombres y mujeres con orientaciones sexuales diversas, obligadas a vivir en un closet, a guardar sus sentimientos, sus deseos, sus identidades, porque en muchos casos la ley la hace el machete y no hay posibilidad de ganar una batalla contra la violencia ciega, goda, irracional, anacrónica y ridícula como ésta, y mucho menos con argumentos o apelando a la empatía, simplemente ellos callan y se comportan como se espera que lo hagan, buscan refugio en la soledad y muchas veces se culpan por nacer diferentes, por querer otras cosas, ven a la distancia a sus amores y son incapaces de decir lo que sienten, porque si se ponen en evidencia, también corren el riesgo de perder la vida o su integridad física y social.
Lo que ha puesto en discusión la comunidad LGTBIQ que se reconoce como parte de una clase social oprimida y explotada históricamente, no es únicamente la falta de condiciones para ejercer su sexualidad de manera individual, sino que confronta colectiva y abiertamente la normalización de la familia tradicional, que es en últimas la primera institución para la reproducción de los roles de poder y la reafirmación del patriarcado, de allí viene la figura del padre como un estereotipo de hombre heterosexual, castigador, homofóbico, sexista, privilegiado y único capaz de mantener el orden. Entonces, al reconocer la familia como el primer núcleo de dominación y escenario de relaciones de poder, reconocemos desde algunos feminismos y transfeminismos de clase que transgredir los cimientos de la familia tradicional, es también atacar las bases mismas del capitalismo, esto porque el núcleo familiar tal y como se ha ilustrado, es un espacio de dominación masculina que así como refuerza la estructura tradicional del poder y la violencia, también niega la fuerza de trabajo en el hogar como un servicio con gran valor de uso en el sistema capitalista.
Es desde esa perspectiva que algunos sectores de la sociedad consideran que otorgar ciertos derechos a la comunidad LGBTIQ representa un riesgo para las familias, ya que es imposible concebir sujetos que desde su concepción sexo afectiva desafíen un orden socio económico establecido, es por eso que la lucha por los derechos de las diversidades sexuales es revolucionario y no debe entenderse como una disputa meramente individual para el ejercicio sexual sin discriminaciones, sino como todo un conjunto de apuestas políticas, sociales y económicas con la capacidad para pensar y replantear desde la base de la sociedad un mundo distinto.
Sin embargo, es evidente que en el marco de una sociedad capitalista, el neoliberalismo ha servido para acoger en sus entrañas a la comunidad LGTBIQ y desarrollar el capitalismo rosa para ofrecer posibilidades de consumo que satisfagan los vacíos que encuentran en las instituciones y además entenderlos como consumidores potenciales que en el caso de no tener las condiciones materiales para acceder a ciertos productos o servicios diseñados específicamente para ellos, puedan consumir los contenidos mediáticos que caen en vacíos superficiales.
A 50 años de las revueltas en StoneWall, es preciso preguntarnos en torno al orgullo, lo que significa para una comunidad golpeada, manoseada, violentada y agredida en muchos sentidos, orgullo es salir a las calles en masa, sin miedo a ser atacadas y vulneradas, sin miedo a poner en peligro su vida, sin miedo a pelear por el matrimonio o la adopción. Se hace indispensable convertirnos en agentes de cambio, de organización y de transformación por los derechos de las diversidades sexuales, para dejar de reproducir la homofobia es preciso abandonar la postura de los otros, los diferentes, los anormales, dejar de mencionarlos como periféricos o equivocados y entender que su orientación sexual o identidad de género es un asunto privado, personal y completamente libre.
Estos 50 años nos deben permitir pensar en la diversidad como parte de la humanidad misma, una que no solo se expresa en el género o sexo, sino en el color, en la raza, en la religión, en la cosmovisión o en el marco de creencias… Hoy quienes se han dedicado a ubicar teóricamente a las disidencias del género nos ponen en la palestra pública y académica la necesidad inmediata de replantearnos la heteronormatividad, de construir con ellos y ellas espacios seguros para cualquier oficio, lugares tolerantes y respetuosos de la orientación sexual, espacios en los que los prejuicios infundados, no conduzcan a la violencia y continúen inflando los índices de homicidio o agresión en el país.
[1] StoneWall: El bar icónico en NewYork, en el que el 28 de junio de 1969 se dio el primer disturbio registrado de la comunidad LGBTIQ contra la policía por sus derechos.
[2] Lobotomía Cerebral: Una psicocirugía que consiste en destruir algunas vías nerviosas en los lóbulos frontales del cerebro.
[3] Heteronormatividad: Es un régimen que impone las relaciones sexuales afectivas heterosexuales, por medio de diversos mecanismos, obligándonos a pensar en la heterosexualidad como la única vía posible para el funcionamiento de la vida o la sociedad.
*La opinión es responsabilidad del autor de la columna, Trochando Sin Fronteras medio popular y alternativo no se hace responsable de los expresado.