lunes, octubre 2, 2023

Movilización social, el camino para las transformaciones sociales

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Trochando Sin Fronteras 19 de julio de 2016

Julian Gil – Congreso de los Pueblos

“Todas nuestras naciones nacieron mentidas. La independencia renegó de quienes,
peleando por ella, se habían jugado la vida; y las mujeres, los analfabetos,
los pobres, los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta. Aconsejo
echar un vistazo a nuestras primeras Constituciones, que dieron prestigio legal
a esa mutilación. Las Cartas Magnas otorgaron el derecho de ciudadanía a los pocos
que podían comprarlo. Los demás, y las demás, siguieron siendo invisibles”.
La independencia es otro nombre de la Dignidad
Eduardo Galeano

Masivas movilizaciones han venido ocupando las calles y caminos de vereda del país durante este año que está cursando. Una evidente re-activación de la movilización popular como forma de participación democrática es respondida con medidas represivas que buscan extinguir tan eufóricas y decidas multitudes. Éstas ocupan las calles en contra del alza del transporte público, el aumento del impuesto predial, el desmedido cobro de los servicios públicos, el servicio militar obligatorio, el aumento del precio de la canasta familiar y la falta de oportunidades laborales, entre otras.

Vivimos tiempos de fuertes cambios en nuestro país caracterizados por mecanismos impopulares de participación y toma de decisiones sobre el rumbo o destino de la economía, la política y la organización social. Hemos visto pasar cambios importantes en las formas de ocupar el territorio. De tener una vocación agrícola hasta finales del siglo XX, fuertemente dominada por proyectos terratenientes, se ha pasado a un proyecto extractivista de materias primas, es decir, la extracción de hasta el último mineral que tenga la tierra. Lo mismo aplica para el agua, los bosques, la biodiversidad… y todo eso al costo que sea. Ese modelo ha generado desplazamientos masivos de población hacia las ciudades, con las respectivas consecuencias: crecimiento del desempleo, miseria, violencia y, finalmente, la ausencia de un proyecto común de país decidido intencionadamente por las mayorías.

Precisamente se ha venido anquilosando en la política colombiana una forma de gobierno determinada por los intereses de la economía transnacional, que tienen tanto poder de decisión que avasallan cualquier “buena” intensión expuesta por los candidatos de turno y representada en la mínima participación en las urnas. Y a veces pareciera que aquel proyecto terrateniente se opusiera férreamente con ejércitos de autodefensas, a los proyectos propios de la oligarquía “criolla” que respalda los intereses de los conglomerados financieros transnacionales- o mejor dicho de las multinacionales como Anglo Gold Aschanti, Coca-Cola, Drummond, Pacific Rubiales, Cemex, Holcim, entre unas 100 más. O de las empresas de la construcción que resultan una amenaza para el ambiente natural, pero que resuelven votos y favorabilidad para próximos candidatos presidenciales, como Germán Vargas Lleras.

Esa falsa contradicción entre los mismos que han mantenido el poder durante cerca de doscientos años, nos distrae con el sofisma de la existencia de dos proyectos distintos, que en el fondo son similares. De paso también nos recuerda los denominados tiempos de la violencia en los años 30, El Bogotazo en el 48 y la seguida violencia de los 50 hasta nuestros días. Es un recuerdo muy fresco, que en cada momento ha tenido matices distintos caracterizados por expresiones de lucha, entrega a ideales libertarios y utópicos muchas veces, pero que en definitiva no ha repercutido en que otros detenten el poder. Es decir, durante estos ‘gloriosos’ años de ser un país ‘independiente’ nos han gobernado los mismos, han sido los herederos de los españoles, los criollos y los terratenientes que con proyectos armados han gobernado el país a sus antojos de riqueza y poder.

Las formas de resistencia a esos regímenes siempre han intentado ser exterminadas violentamente. Así se evidencia con el ejemplo de las insurrecciones negras e indígenas durante la colonia, los levantamientos de los cultivadores de banano en el 28, las insurrecciones campesinas del llano y el Tolima Grande en los 50, las expresiones políticas de oposición en los 80, las desmovilizaciones de las insurgencias armadas en el 90. Todos ellos fueron reprimidos con la violencia estatal y para estatal. Al igual que los miles de líderes sociales, estudiantiles, juveniles, sindicales, políticos, amas de casa, albañiles, electricistas, carpinteros, camioneros, vendedores ambulantes, buseteros, campesinos e indígenas asesinados durante los años 2000 a 2016. Parece cruda y descarnada la historia, pero lo suficientemente clara para comprender de qué se trata la ‘democracia’ que vivimos en Colombia y que hoy muchos sacan pecho al mencionar que la patria cuenta con la más sofisticada y complaciente constitución del continente.

206 años de independencia, durante los cuales los perdedores y dominados no han cambiado su situación, se han mantenido a la suerte de las decisiones de los que siempre han vencido. Y una vez más las movilizaciones no se detienen, las marchas continúan ocupando los ministerios e instituciones privadas y del Estado, las calles de la ciudad y el campo, las universidades públicas, los colegios y hasta los jardines infantiles. Las propuestas de país, los pliegos de exigencias, las mesas de concertación, la generación de alternativas políticas y sociales siguen en un hervidero de sueños y utopías.

En esta, nuestra historia, queda en evidencia un pueblo que resiste a pesar de los golpes que la oligarquía con sus ejércitos propina a los que con palos y piedras se defiende del hambre y la miseria.
Es precisamente el punto de llegada de estas letras, entender que la verdadera y definitiva independencia solo será posible como fruto de las luchas de un pueblo organizado y movilizado, que construya sociedad a partir de nuevas nociones de democracia, participación y justicia.

Es momento de no callar, de articular nuevamente las fuerzas sociales alrededor de las consignas de unidad para la acción y para la transformación. Finalmente es el momento histórico de levantar la bandera única de que la paz solo es posible si cambiamos las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales que nos dominan. Solo es posible si se relevan del poder las oligarquías y el pueblo organizado asume las riendas de su propio destino.

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