martes, abril 29, 2025

El verdadero costo de la floricultura en Colombia

La floricultura colombiana es un sector clave de la economía nacional, pero su crecimiento ha estado marcado por profundas contradicciones. Mientras las exportaciones florecen y el país se consolida como el segundo mayor proveedor mundial, los impactos ambientales, laborales y sociales de la industria revelan un modelo basado en la explotación intensiva de recursos y trabajadores. Este análisis pone en evidencia la relación entre la demanda internacional y la precarización local, cuestionando el verdadero costo de un ramo de flores.

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La industria de la floricultura en Colombia es reconocida mundialmente como uno de los principales motores económicos del país, con un mercado que genera millones de dólares anuales y emplea a miles de personas, especialmente mujeres y migrantes. Sin embargo, detrás de la belleza de los ramos que llegan a hogares en Europa, Estados Unidos y otros países, se esconden graves problemas ambientales, laborales y sociales que cuestionan la sostenibilidad de esta industria. Aunque gran parte de la atención se centra en las prácticas locales, es importante destacar que el problema no radica únicamente en la producción nacional, sino en la demanda internacional, que impulsa un modelo de negocio basado en la explotación intensiva de recursos y mano de obra.

El colapso del programa de industrialización por sustitución de importaciones

La floricultura en Colombia se acomoda como una actividad del sector primario que desempeña el papel fundamental de ingresar divisas en la economía del país. En 1998, las flores se convirtieron en la principal fuente de ingresos dentro de las exportaciones no tradicionales. En 1997, representaban el 4.7% del total de exportaciones y el 0.4% del Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, a principios del nuevo milenio, este sector aumentó significativamente su importancia, llegando a representar el 10% de las exportaciones no tradicionales. Este crecimiento se ha mantenido de manera estable, con un promedio anual de crecimiento del 1.1% (Asocolflores, 2023). [1]

Por ende, Colombia es el segundo exportador de flores a nivel mundial, y más del 90% de su producción se destina a mercados extranjeros, principalmente Estados Unidos, que absorbe alrededor del 75% de las exportaciones. Esta dependencia de la demanda internacional ha llevado a la industria a priorizar la producción a gran escala, lo que ha tenido consecuencias devastadoras en términos ambientales. El cultivo intensivo de flores requiere grandes cantidades de agua, un recurso cada vez más escaso en regiones como la Sabana de Bogotá, donde se concentra gran parte de la producción. Además, el uso excesivo de agroquímicos, como pesticidas y fertilizantes, contamina los suelos y las fuentes hídricas, afectando a ecosistemas locales y a comunidades cercanas. Aunque algunas empresas han adoptado certificaciones ambientales, estas no siempre garantizan prácticas realmente sostenibles. En muchos casos, las certificaciones son más una estrategia de marketing que un compromiso genuino con la conservación del medio ambiente, y la presión por satisfacer la demanda internacional sigue siendo un obstáculo para implementar cambios significativos.

El impacto de la floricultura no se limita al medio ambiente; también tiene graves consecuencias sociales, especialmente para los trabajadores. La industria emplea a más de 140,000 personas, en su mayoría mujeres, quienes enfrentan condiciones laborales precarias. Muchas trabajadoras deben soportar jornadas extenuantes, salarios bajos y exposición a químicos tóxicos sin la protección adecuada. Esto ha llevado a problemas de salud, como enfermedades respiratorias y dermatológicas, así como a complicaciones reproductivas. Además, los sindicatos y las organizaciones laborales denuncian que las empresas suelen obstaculizar la formación de sindicatos y despedir a quienes intentan organizarse para defender sus derechos. Esta situación de precariedad laboral contrasta con las ganancias millonarias que genera la industria, que en 2022 superó los 1,500 millones de dólares en exportaciones. La demanda internacional, que exige flores de alta calidad a precios competitivos, ejerce una presión constante sobre los productores para reducir costos, lo que a menudo se traduce en peores condiciones para los trabajadores.

Otro aspecto preocupante es el impacto territorial y social de la expansión de los cultivos de flores. En regiones como Cundinamarca y Antioquia, la conversión de tierras agrícolas en monocultivos de flores ha desplazado a campesinos y comunidades indígenas, quienes pierden acceso a tierras fértiles para su subsistencia. Este fenómeno ha generado tensiones sociales y ha contribuido a la migración hacia las ciudades, agravando problemas de pobreza y marginalización urbana. La demanda internacional, que requiere grandes volúmenes de producción, ha acelerado este proceso de expansión, dejando a muchas comunidades sin alternativas viables para su sustento.

A pesar de estos problemas, la industria de la floricultura sigue siendo un pilar importante de la economía colombiana, y su impacto positivo en términos de generación de empleo y divisas no puede ser ignorado. Sin embargo, es urgente que se tomen medidas para abordar los desafíos ambientales, laborales y sociales asociados a esta actividad. El gobierno, las empresas y los consumidores internacionales tienen un papel crucial que desempeñar en este sentido. Mientras las empresas continúan beneficiándose de un mercado global, es imperativo que se implementen políticas que garanticen prácticas sostenibles y justas, y que los consumidores en el extranjero sean conscientes del verdadero costo de las flores que compran.

 REFERENCIAS

[1] Boletín No 4 : Migración y floricultura en la sabana de Bogotá. Observatorio Sabana 10 dic 2023

[2] Los hijos e hijas de las flores 

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