Trochando Sin Fronteras Edición 26 Marzo – Abril de 2016
Por : Luis Ramos -ASACOL-
Con el paso del tiempo y en la medida que la cultura humana se ha desarrollado, el ambiente también se ha modificado. Prueba de ello, son aquellos lugares que han sido habitados desde tiempos antiguos, y hoy son casi desérticos. Porque el ser humano es básicamente un consumidor y por la falta de racionalidad en el uso de esos recursos, estos terminaron por agotarse obligando a sus habitantes a adaptarse a las condiciones extremas que se originaron por su agotamiento.
Este planeta no es una fuente de recursos inagotables, si no se saben aprovechar con racionalidad, las generaciones futuras no tendrán un espacio adecuado para vivir y desarrollarse.
La tierra es Un buen lugar para vivir, pero algunos sectores de la humanidad, en su afán de acumular, la han venido destruyendo, a tal punto que la supervivencia humana hoy se encuentra seriamente amenazada.
Por ejemplo, en Colombia hay una gran fiebre por las riquezas del subsuelo. Desde hace mucho tiempo este país ha sido la despensa de materias primas, que surte las grandes empresas del mundo capitalista. En tal sentido, la economía campesina y la industria se han dejado en un segundo plano, lo que nos ha convertido en un país consumidor y a la vez surtidor de oro, petróleo, carbón, níquel, y muchos otros elementos provenientes del subsuelo.
Ese modelo, conocido como extractivismo, tiene un efecto perverso sobre el medio ambiente y un impacto negativo contra el tejido social donde se desarrolla. Destruye los patrones culturales, fomenta la violencia, invade los territorios y pisotea sus habitantes, propicia e instiga la eliminación de los defensores de los derechos humanos, y termina saqueando la economía nacional.
Veamos un ejemplo: con la explotación petrolera en el Casanare, en Norte de Santander y Arauca, se presentó un fenómeno que muchos no pudieron identificar en su momento, sino hasta después de muchos años cuando las consecuencias se hicieron visibles y difíciles de superar: muchos campesinos, que durante años habían vivido de la agricultura, abandonaron el campo y vendieron sus parcelas buscando la oportunidad de convertirse en obreros petroleros, cosa que no pudieron lograr, porque no eran mano de obra calificada. Por esto nunca fueron vinculados de manera permanente y tuvieron que conformarse ser trabajadores temporales de una empresa subcontratista. Al final se vieron obligados a vivir del rebusque o en la economía informal, es decir, desempleados.
Estas consideraciones, entre otras, son las que han puesto a pensar a la Asociación Agroambiental Colombiana -ASACOL- y la han llevado a formular un proyecto para mitigar y prevenir los impactos negativos que tiene el uso irracional de los recursos naturales no renovables.
Nosotros no nos oponemos a la explotación de los recursos del subsuelo. Nos oponemos a su explotación irracional, sin tener en cuenta que debemos mantener reservar estratégicas; nos oponemos a la apropiación de esos recursos por parte de empresas transnacionales o extranjeras que se llevan la mejor parte y nos dejan las secuelas que ya hemos mencionado; nos oponemos a la explotación que no protege el equilibrio ambiental, que contamina los suelos y las fuentes de agua.
Por eso hemos propuesto el desarrollo de una escuela agroecológica, como un espacio de formación y trabajo que permita construir conciencia de la importancia que para la humanidad tiene la defensa de los recursos renovables y no renovables. Esta escuela debe generar espíritu de liderazgo en las comunidades con los jóvenes como base de las futuras generaciones y capacitar a los habitantes de los territorios en el manejo y conservación de los ecosistemas y cuencas hidrográficas.
En el momento actual se hace muy urgente formarnos sobre la importancia de la conservación de todo el sistema agroecológico del territorio colombiano, porque la amenaza es general. Si no cuidamos lo poco que nos queda, dentro de muy poco tendremos que comprar el agua para el uso doméstico y el aire para respirar.
Pa’lante pues!