lunes, mayo 29, 2023

Formación militar, educación para la muerte

En Colombia se ha demostrado que la función principal de la Fuerza Pública es exterminar cualquier forma de organización o manifestación democrática. Han ata-cado y violentado a todo aquello que no esté a favor de los intereses de las pocas familias de oligarcas o las elites extranjeras. En la historia del país se han cometido masacres como método del sistema para sustentar el despojo y la explotación.

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En Colombia se ha demostrado que la función principal de la Fuerza Pública es exterminar cualquier forma de organización o manifestación democrática. Han ata-cado y violentado a todo aquello que no esté a favor de los intereses de las pocas familias de oligarcas o las elites extranjeras. En la historia del país se han cometido masacres como método del sistema para sustentar el despojo y la explotación.

Entre las más renombradas encontramos la masacre de los artesanos en 1919, la masacre de las bananeras en 1928, la masacre estudiantil cometida por el batallón Colombia en 1954, las operaciones conjuntas con para-militares para exterminar comunidades, organizaciones, movimientos y partidos políticos. Genocidio continuado que hasta nuestros días se mantiene para entregar el control territorial a la gran empresa legal e ilegal.

Las masacres cometidas en 2020 y 2021 son prueba irrefutable de una política que se perpetúa desde las escuelas de formación militar y que obedece a una doctrina. A los militares se les educa bajo la doctrina de la seguridad nacional, en la cual obedecen cualquier tipo de orden, aún violando sus preceptos éticos y morales. Esta doctrina emerge en la confrontación entre el bloque comunista y el capitalista en los años 50 por parte de los EE. UU. como una forma de contención de cualquier proceso político que amenazara sus intereses en América Latina.

La Doctrina de Seguridad Nacional en Colombia ha experimentado a la actualidad, cuatro momentos de redefiniciones epidérmicas: el primero de 1960-1980, está signado por la reestructuración del Estado y las Fuerzas armadas bajo los parámetros de la nueva guerra irregular asistida por Estados Unidos y la introducción ideológica de la Doctrina. El segundo, de 1981-1989 en el cual la Doctrina redefine sus tácticas contra el enemigo interno bajo el nombre de Conflicto de Baja Intensidad (CBI), dado el contexto de redemocratización que se inicia en aquella época. El tercer momento de 1989/90-1998, en el cual Estados Unidos promueve una guerra mundial contra el narcotráfico y con base en ella continúa interviniendo en la política doméstica cuando ha terminado la guerra fría. Y una última fase que inicia en 1998 hasta nuestros días, donde reviven con fuerza todas las prácticas doctrinarias de épocas anteriores y aumenta la dependencia política y militar respecto de Estados Unidos bajo el Plan Colombia y la política de Seguridad Democrática.

Máquinas de guerra

Para la fuerza pública “La doctrina es el vector principal que orienta el desarrollo de los contenidos de los programas de estudio; además, ella condiciona la definición de los perfiles de los militares y policías y por consiguiente los contenidos de las mallas curriculares[2]” dicha doctrina militar ha sido construida por la industria guerrerista estadounidense la cual ha formado mercenarios en el país por más de sesenta años.

Las fuerzas militares y de policía buscan formar un carácter inmaculado, forjado con malos tratos, insultos, golpes y presiones por mostrar resultados o “positivos” dejando que la violencia sea la única forma de resolver los conflictos.

Muestra de esto es la revelación del soldado Ismael David Hernández en el artículo de las dos orillas del 09 de julio del 2019. Narración en la que se describen el entrenamiento recibido en el fuerte Amazonas II, base militar ubicada en Leticia, Amazonas la cual funciona como una sucursal de la Escuela de Lanceros[3]. “El coronel Roa y el mayor Royero han dirigido esta escuela donde la tortura y la humillación hacen parte del manual de formación”. En este lugar los soldados son obligados a disfrazarse como guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional -ELN- para posteriormente secuestrar y torturar a sus mismos compañeros.

También, encontramos el testimonio del patrullero Arturo Rodríguez al Semanario Voz[4], en él se narran las formas de presión en el entrenamiento y durante las movilizaciones a los agentes del ESMAD, donde de diferentes maneras buscan que siempre se entre a confrontar y actuar con sevicia en los procedimientos.

“Uno dice:’Mi capitán a ver si mandan a comprar algo de comer’, y dicen:’No porque estamos esperando las marchas de esos hijueputas estudiantes, y por esos hijueputas es que estamos aquí aguantando hambre’. Eso emputa más a la gente (…) “Esta gente celebrando y uno parado como un marica todo este tiempo, eso molesta y uno entra a pedir que desalojen, porque nosotros nos vamos hasta que los hinchas se vayan, en ese proceso puede haber una agresión, así sea verbal de un aficionado, y ahí se prende todo””. La civilización y la justicia del orden burgués aparecen en todo su siniestro esplendor, dondequiera que los esclavos y los parias de este orden osan rebelarse contra sus señores”

Empleados de la guerra

Los más de sesenta años de conflicto armado en Colombia han formado cientos de mercenarios que hoy se ofrecen muy bien para la industria de la guerra. Los colombianos participan en conflictos en países como Irak, Afganistán, Emiratos Árabes, Yemen, Somalia y México al servicio de estados o empresas privadas.

En el mundo los militares se venden al mejor postor, casos como el de Emiratos Árabes Unidos quienes a 2006 tenían como meta reclutar 3000 mercenarios colombianos[5]; o la empresa privada Estadounidense Blackwater acusada de cometer masacres y crímenes lesa humanidad, en 2009. Misma empresa que abrió oficina en Bogotá y contrató a 7.000 ex militares que fueron llevados a Dubai. A ello se suma la participación de 26 mercenarios colombianos en el magnicidio del presidente de Haití[6].

Una reestructuración es urgente

Los casos antes mencionados, sumado a las cifras de suicidio de militares activos en Colombia, evidencia la necesidad de una reestructuración profunda y no meramente cosmética de la fuerza pública. Los 1.115[7] suicidios de soldados entre 2000 y 2016 son solo la punta del iceberg, a ello también debemos sumar las detenciones y desapariciones de soldados en medio de las guarniciones militares. La doctrina y la poca educación recibida no les permite mediar con sus conflictos, los cuales estallan ante la difícil situación económica del país, problemas personales, además del consumo y abuso de sustancias psicoactivas o alcohol.

La nueva doctrina debe eliminar el enemigo interno de la educación de los militares, y con ellos sacar a soldados y policías un de estado de guerra permanente en contra las comunidades. Guerra que solo beneficia a las minorías y mientras que en campos y ciudades los hijos de las mayorías (Clase Popular) se matan entre ellos.

[1]Vivas Alba Viviana Iveth (2006) Seguridad Democrática: Continuidades y discontinuidades de la Doctrina de Seguridad Nacional en la Colombia del siglo
[2] Política de Defensa y Seguridad Democrática PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA · MINISTERIO DE DEFENSA NACIONAL REPÚBLICA DE COLOMBIA 2003

[3] El infierno del campo de entrenamiento del ejército colombiano en el Amazonas Por: Julián Gabriel Parra-De Moya | junio 09, 2019

[4] Una confesión desmadrada por: Por Semanario Voz -14 noviembre, 2019

[5] Alerta por altos índices de suicidio en las Fuerzas Militares; Por RCN radio

[6]Exmilitares, de la patria a los Emiratos Árabes; Por Revista Semana 29.6.2012
[7] Colombia: mercenarios, solo preparados para la guerra; por deutsche welle 27.07.2021
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