El estrecho margen de acción del capital para relanzar el proceso de acumulación y eliminar su estrés macroeconómico le ha provocado considerables signos de asfixia. Situación que se expresa en diferentes nichos de crisis económica, política, militar y social de mediana escala que se expresan aparentemente de forma dispersa, inconexa e incontrolable, pero en esencia están unidos de forma lógica por todo el tejido nervioso del sistema mundial del capital; diferentes caras de una misma crisis orgánica.
Estos nichos de crisis han generado crisis humanitarias en Palestina, Sudan y la República Democrática del Congo, en Palestina en los 10 últimos meses se ha perpetrado por Israel y Estados Unidos un extermino imperialista. Según fuentes del Ministerio de Sanidad de Gaza se han registrado 38 300 muertos, otras fuentes promedian 186 000[1]. En Sudan el conflicto ha dejado 15 000 víctimas , los 10 millones de desplazados y 750 000 personas que padecen condiciones de hambruna.
Se suman a lo anterior, la situación de la población proletaria en la “República Democrática del Congo”, la guerra del ejército regular con el Movimiento 23 de Marzo (M23) suma ya más 6 millones de desterrados debido a la intensificación de un conflicto irregular por el control de reservas estratégicas de oro, coltán, uranio, diamantes y minerales raros avaluadas en cerca de 24 billones de dólares; conflicto de violencia tercerizada que a través de la mediación de la diferenciación étnica apalanca los intereses imperialistas del capitalismo occidental y de oriente [2].
Otro hecho que profundiza la guerra es el asesinato de Ismail Haniyeh líder de Hamás en Teherán el pasado 31 de julio, luego de la posesión del presidente de Irán Masoud Pezeshkian, por parte de la ofensiva combinada entre el Estado de Israel y las fuerzas militares norteamericanas. Hecho que escala el conflicto en medio oriente colocando una nueva cima a las diferentes líneas de juego actualmente abiertas en la región en la frontera entre Líbano y Egipto con Hezbolá, los hutíes en Yemen y el centro de gravedad de la Franja de Gaza.
A esto se agrega la tentativa de Turquía de ingresar al conflicto y la alerta por una incontenible guerra regional, que de hecho viene en proceso, pero puede derivar en la utilización de armamento nuclear de precisión por parte del ejército israelí y sus aliados; en medio de esto, las operaciones selectivas y las operaciones de destrucción en Gaza continúan ampliando el volumen de víctimas fatales y el nivel de la crisis humanitaria de la región.
La crisis ha llevado también al estallido de nuevos ciclos de protesta de las clases proletarias en las regiones y países donde la lucha de clases aún se mantiene en causes institucionales. Así, lo evidencian las elecciones parlamentarias en Francia en donde el ascenso del Nuevo Frente Popular sirvió para contener la tendencia de posicionamiento de la derecha francesa o en Inglaterra en donde se movió el péndulo hacia la facción laborista, luego de un intenso ciclo de protestas sociales. En Bangladesh después de meses de protestas populares se ha producido la caída del régimen autoritario de la primera ministra Sheikh Hasina.
En Nigeria y Kenia las masas han cerrado filas a los programas de ajuste fiscal y elevado el grito de: “tenemos hambre” mientras movilizan sus fuerzas en las calles sin mucha claridad sobre posibles horizontes alternativos.
La estreches de la crisis lleva a pensar que las salidas óptimas pueden apoyarse en el reciclaje de los programas del viejo keynesianismo o de ajuste neoliberal de décadas pasadas. Unos sectores basan sus soluciones en la necesidad de hacer más progresista los programas económicos e incluyentes las formas de gobernanza mundial y nacional; otros, esgrimen la mano dura y la represión hacia las clases proletarias que se descorren hacia el mundo de la ilegalidad y la economía del crimen, la eficiencia fiscal del gasto público que lleva incertidumbre a los empáticos empresarios, ávidos por reanimar la valorización de sus capitales, mediante mejores garantías institucionales.
Sobre este escenario de fragmentación regional y degradación de las formas en que se dinamiza la lucha de clases entre expropiadores y sectores subordinados, las salidas populares no encuentran un asidero propio para afincar su contra hegemonía y tienden a subsumirse entre las diferentes caras del liberalismo económico y político.
Por su parte, los organismos internacionales del capital prenden alarmas por la tendencia de estancamiento de la tasa de crecimiento de la acumulación y por la profundización de la pobreza del proletariado mundial, variables que expresan enormes riesgos para la estabilidad de los regímenes políticos que sostienen la explotación del capital sobre el trabajo y que obligan a la toma de “decisiones estratégicas”.
En su último informe sobre perspectivas de la economía mundial el Fondo Monetario Internacional3 expresa su preocupación por el estancamiento de la economía mundial que promedia 0,5 centésimas por debajo de su proyección de un 3,8 % al situarla en un 3,3 % y prevé en corto plazo un caída mayor, mientras llama la atención por la extensión de las condiciones de pobreza mundial e invita a ceñirse a las conclusiones de la reunión de Río de Janeiro del Grupo de los Veinte, que ha definido una nueva ofensiva desde las fuerzas del capital, para contener la inminente escalada de la pobreza de las clases proletarias que amenaza la estabilidad de las democracias de mercado.
En la misma línea el Banco Mundial advierte que 3 600 millones de personas subsisten diariamente con menos de 6 dólares y que la cifra pospandémica de 720 millones de pobres extremos ha crecido en el mundo entero4. Las salidas se plantean por el lado del capital, sin escozor alguno. Relajar los estándares de medición de las políticas sociales frente a la pobreza, flexibilizar los mercados laborales y apretar las reglas fiscales estatales mediante la eficiencia del gasto fiscal, asegurar el pago de deuda pública, dar beneficios a la inversión de capital y garantizar una efectiva focalización del gasto social.
El llamado es a dar mayores condiciones institucionales para que los capitalistas liberen la masa de capital acumulado y logren mejores beneficios a sus inversiones.
El golpazo bursátil en Japón a causa del cierre del carry trade que el Yen barato había permitido, al lado de los regulares datos del desempleo en EE. UU. y la incertidumbre por la vuelta de una recesión de su economía en medio de la confrontación electoral entre demócratas y republicanos[5] añade un drama más.
Y la histeria colectiva se completa con la situación de tensión regional derivada de la coyuntura venezolana, variable de mayor intensidad en la actualidad y que marcará las dinámicas diplomáticas de Latinoamérica durante los próximos meses, incluso sobre la base de que trascienda de los campos netamente diplomáticos entre países de la región y del sistema global de los Estados capitalistas.
Allí, más allá de la sostenibilidad del régimen de gobierno de Maduro, preocupan las tendencias hacia el desgaste de las fuerzas sociales que han animado la posibilidad del proyecto bolivariano y la alta probabilidad de que acorto o mediano plazo naufrague el proyecto chavista, hoy sostenido en gran parte gracias al respaldo del ejército y de un contingente de masas en regresión, si se toma en cuenta la disminución de su volumen de fuerzas durante las dos últimas décadas y la ausencia de un programa alternativo de contención frente al ascenso de la derecha venezolana que goza de un amplio respaldo de las clases dominantes de la región.
La situación amenaza el ya deteriorado ambiente internacional y pesa de forma determinante en nuestra tensa y convulsionada realidad nacional, que ha fluctuado entre el reajuste del gobierno hacia los cambios por centro-derecha, él sin salida macroeconómica de la administración Petro, su arrinconamiento por parte de las empresas de propaganda de las clases dominantes y el desgaste de su política de paz total.
El mundo en tensión y fragmentación, el proletariado en pie de lucha y sin unidad de cuerpo y programa. Las condiciones generales de la reproducción de la vida de millones en desenfrenada degradación y el autoritarismo estatal y ultraconservador. Los callejones sin salida de las fuerzas progresistas y su imposibilidad de alivianar la bomba social y económica que mueve los cimientos de las democracias burguesas. Entre guerra, autoritarismo, pobreza y bancarrota de las democracia se sacude el mundo y sigue abierta la tarea y necesidad de una alternativa proletaria y popular a la crisis.
Referencias
[1] Contar los muertos en Gaza: difícil pero esencial
[2] ¿Qué es el M23 y que está pasando en R.D. Congo?
[3] Retomar el rumbo hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible
[4] Un mundo con un crecimiento bajo es un mundo desigual e inestable
[5] Colapso el mercado:¿significa una recesión?