Hoy, como hace 20 años, la crisis del Catatumbo vuelve a resonar con fuerza. Tras décadas de conflicto armado, las comunidades campesinas, indígenas y populares de esta región enfrentan nuevamente un escenario de violencia, despojo y militarización. ¿Y el Estado? Como siempre, brilla por su ausencia o actúa en su contra.
Por eso en los caminos de tierra y montaña del Catatumbo, nuestros pasos se suman a los de tantas comunidades que han resistido por décadas. La Caravana Humanitaria por el Catatumbo continuo su recorrido, los y las caravanistas se reunieron con la comunidad para escuchar de primera mano las problemáticas que enfrentan a causa del conflicto político, económico, social y armado que históricamente ha golpeado a la región. Una vez más, las voces del Catatumbo exigen justicia, presencia integral del Estado y garantías para una vida digna.
No somos turistas ni visitantes curiosos, somos parte de un viaje que nace de la necesidad de escuchar, acompañar y visibilizar lo que aquí se vive.
La Caravana Humanitaria no es solo una marcha; es un acto de amor, de dignidad y de denuncia.
La primera luz del día ilumina banderas, mochilas y rostros decididos.
Cargamos alimentos, medicinas y palabras de aliento.
El aire es fresco, pero lo que nos impulsa es mucho más que el clima, es la certeza de que este recorrido vale cada paso.


La caravana avanza, acompañada de cerca por las comunidades, que resisten y mantienen viva la esperanza. En cada paso, en cada encuentro, En cada parada, se acercan mujeres, jóvenes, mayores…
Hay arrugas marcadas por el sol y por la preocupación, pero también ojos que brillan con firmeza.
Cada persona lleva consigo un relato que resiste al olvido
Escuchamos en silencio, porque sabemos que nuestras cámaras y libretas no solo guardan imágenes, sino memorias que merecen ser contadas.
No es casualidad que este territorio se haya convertido en epicentro del conflicto: su posición geográfica, su biodiversidad, sus recursos naturales y su potencial agrícola lo hacen un punto estratégico, codiciado por intereses económicos, políticos y armados. En este contexto, el Catatumbo es hoy escenario de una disputa territorial agudizada en medio del histórico abandono estatal.


Niños y niñas saludan curiosos, algunos corren detrás de la caravana.
Sus sonrisas son una promesa, que este territorio, algún día, será justo y seguro para crecer.
Un territorio estratégico en disputa
El Catatumbo es una subregión del nororiente colombiano, ubicada sobre la cordillera Oriental, que limita al norte y oriente con Venezuela, al sur con Boyacá y Santander, y al occidente con el departamento del Cesar. Cuenta con una riqueza hídrica enorme —gracias a las cuencas de los ríos Catatumbo, Magdalena y Orinoco— y posee suelos fértiles aptos para cultivos como cacao, café, caña de azúcar, arroz y palma africana.
Sin embargo, y a pesar de su vocación agrícola, el Catatumbo ocupa el tercer lugar entre las regiones con más área sembrada de cultivos de coca en el país, aportando el 18 % del total nacional, con 42.043 hectáreas, según el informe de 2022 de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
Este dato no solo muestra el abandono del Estado y la ausencia de proyectos productivos dignos, sino que también evidencia los intereses económicos tras la geopolítica de la coca. El Catatumbo cuenta con vías claves como la carretera Panamericana y la vía Bolivariana, rutas de gran relevancia para el comercio fronterizo colombo-venezolano.
A esto se suma la riqueza minera del subsuelo: carbón, oro, mármol y piedra caliza, aún de explotación limitada, pero que atrae el interés de sectores empresariales que ven el territorio como una cantera. En ese contexto, el control territorial se vuelve clave para el capital.

Militarización en lugar de garantías
El Estado colombiano no ha respondido a esta realidad con presencia social o inversión pública, sino con represión. Lejos de establecer canales de diálogo o proyectos transformadores con las comunidades, opta por medidas de fuerza. El ejemplo más reciente fue el Decreto Legislativo 0062 del 24 de enero de 2025, mediante el cual el gobierno de Gustavo Petro declaró el estado de conmoción interior en el Catatumbo, el área metropolitana de Cúcuta y parte del sur del Cesar.
Esta decisión legalizó la intensificación de operaciones militares en la región, agudizando la violencia que viven cientos de comunidades. Estigmatización, amenazas, asesinatos, desplazamientos forzados y despojo de tierras se han convertido en el pan de cada día, mientras las comunidades intentan resistir y defender su territorio, su memoria y sus derechos.


Nos detenemos frente a un altar, flores, velas y nombres escritos con cuidado.
Como semillas de memoria que alumbran el camino en medio de tanta oscuridad. Su legado no se apaga. Trino vive en cada comunidad organizada, en cada voz que no se rinde.
Aquí recordamos a quienes dieron su vida por defender la tierra, la comunidad y la esperanza.
Cayeron a manos de quienes odian la vida, pero siguen presentes en cada paso que damos.
Su memoria no es un peso que cargamos, es la fuerza que nos impulsa.


En el camino nos encontramos con comunidades indígenas que, desde tiempos inmemoriales, cuidan y defienden este territorio.
Su resistencia no se mide en comunicados, sino en la vida misma, en la lengua que hablan, en las ceremonias que realizan, en la tierra que no abandonan.
Ellos son memoria viva y guardia espiritual del Catatumbo, recordándonos que este territorio no se hereda, se defiende.

En muchos rincones del Catatumbo, la hoja de coca es el único cultivo que garantiza un ingreso para sobrevivir.
No es por elección libre, sino por el abandono de un Estado que nunca trajo caminos ni oportunidades.
Aun así, escuchamos el deseo claro del campesinado, sustituir la coca por cultivos lícitos, siempre que haya apoyo real y no promesas vacías.
No quieren guerra contra la planta, quieren vida digna para quienes la cultivan.


En este territorio, la palabra paz tiene un significado profundo.
No se trata de un silencio impuesto, sino de una paz con justicia social que garantice igualdad, dignidad y derechos para todas y todos.
Una paz que no sea la pausa entre dos guerras, sino el inicio de un nuevo mundo donde vivir no sea un acto de resistencia.
Las comunidades no están solas
A pesar del miedo y la adversidad, las comunidades del Catatumbo no se rinden. En los últimos años han construido procesos organizativos, de resistencia y de vida. A nivel nacional e internacional, organizaciones sociales y de derechos humanos han acompañado esta lucha.
Un ejemplo de ello han sido las dos más recientes Caravanas Humanitarias, organizadas por la Red de Hermandad y Solidaridad con Colombia (RedHer), que han recorrido el territorio para visibilizar las múltiples violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario, y exigir garantías reales para la vida digna.
No es un secreto que la comunidad viene denunciando constantemente hechos que vulneran sus derechos fundamentales. Habitar hoy el territorio significa convivir con botas firmes en cada esquina, drones vigilando desde el cielo, retenes militares y una creciente militarización de la vida cotidiana. Pero también significa ver a las mujeres, los campesinos, las juventudes, los pueblos indígenas y las organizaciones sociales luchar por construir una vida digna.
La caravana es una señal clara: el Catatumbo no está solo. Su grito de resistencia resuena y reclama un Pacto Social por el Catatumbo, construido desde abajo, con participación real de las comunidades, y que ponga en el centro la vida,la comunidad y el territorio
Este territorio, como muchas otras regiones históricamente empobrecidas y violentadas de Colombia, es también ejemplo de organización, lucha y esperanza. A pesar de los intentos de desarticular el tejido social, los pueblos se mantienen firmes. Por eso, el llamado que hacen desde RedHer es tan importante: construir redes de solidaridad, de acompañamiento y de acción con los pueblos históricamente oprimidos para cambiar estructuralmente el actual sistema.

Seguimos caminando.
En cada lugar dejamos un pedazo de nuestra fuerza y nos llevamos un pedazo de la historia de quienes resisten.
No es un viaje cualquiera, es parte de una larga lucha, de una memoria que no se deja borrar y de un pueblo que avanza unido.
Porque mientras haya injusticia, también habrá resistencia.





