La eliminación hace un año de la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE), por parte de los partidos de ultraderecha PP-Vox, redireccionando su presupuesto hacia corridas de toros, gestó una catástrofe con tintes de crimen contra el proletariado. Esta medida es una total aberración si tenemos en cuenta que la recurrencia de un fenómeno meteorológico conocido como DANA, durante esta época del año, junto a la morfología específica del cauce y desembocadura del río Turia, convierten a Valencia en una zona con riesgo potencial significativo de inundación, como lo atestiguan las numerosas, muy devastadoras y mortíferas inundaciones —más de 25— a lo largo de la historia.
Así, sin la Unidad de Emergencias y a pesar de que la Agencia Estatal de Meteorología llevaba una semana avisando de la formación de una gota fría sobre la zona, el gobierno regional (PP) no actuó ni siquiera cuando el nivel de peligro subió a alerta roja. No emitieron ninguna medida para detener o condicionar la actividad laboral y la actividad académica, ni avisaron a la población para que no salieran de sus casas, hasta que fue demasiado tarde, y ya estaban los barrios inundados. No lo hicieron tampoco cuando por las redes circulaban videos donde se veía la furia del agua derribando puentes y casas en los pueblos de la cuenca alta del río.
La ausencia de medidas de prevención responde a la terquedad de mantener el engranaje de la explotación capitalista pase lo que pase, y por esa obcecación el proletariado valenciano lleva 220 muertos confirmados y cerca de 80 desaparecidos. Una parte importante fueron trabajadores ahogados en la autopista, cuando volvían a sus hogares, porque sus patrones no le habían permitido salir antes, a pesar de que ya circulaban por las redes los videos de las crecidas de los ríos. Otra parte, fueron vecinos y vecinas de barrios obreros, construidos sobre terrenos inundables, con la complicidad corrupta del capital inmobiliario y de los políticos locales que conceden los permisos.
Pero la lluvia no solamente se llevó por delante muchas vidas, sino también ha arrancado muchas vendas de los ojos. Después del desastre, los barrios obreros fueron abandonados a su propia suerte, con una actuación más que deficiente y tardía por parte de la administración central y regional, que una vez más demuestran que únicamente se coordinan para reprimir y salvar al sistema. Además, la rabia también creció al observar cómo el escaso despliegue policial y militar priorizó la preservación del capital privado, en lugar de la seguridad de la población. La clase trabajadora solamente ha contado con su propia fuerza y solidaridad, que se ha ido ampliando y transformando en articulación y movilización política. Así del barro brotó una renovada conciencia de clase, en la que las manos enfangadas de los muertos se fundieron en miles de puños de arcilla roja.
La riada se llevaba también el embeleco de todas esas falsas poses, inclinadas un poco a la diestra o a la siniestra para la foto y el voto. “Sólo el pueblo salva al pueblo” se repetía en las calles y en las redes, y la consigna se iba definiendo y profundizando según los días, se cargaban de rabia y de barro.
El pueblo dejaba de ser una masa informe, y se iba endureciendo como el barro seco y tomando forma organizada. Sabe que sólo hay dos opciones: o se está al servicio del capital o se toma partido por el proletariado. Pero además le ha tocado aprenderlo —o recordarlo— por las malas, poniendo otra vez los muertos.
Los partidos del gobierno de Valencia -PP-Vox- junto a los partidos del gobierno de España -PSOE-Sumar- demuestran una vez más que su rol es el de proteger y privilegiar los intereses del capital. Pero esta vez la lluvia ha arrancado también otros velos de los ojos del pueblo trabajador, que ya no aguanta tanta hipocresía y cinismo, como la respuesta rastrera de CC.OO. y UGT, que, como buenos sindicatos falderos, anuncian que han pactado con la patronal 10 minutos de silencio. Sin embargo, la clase proletaria tiene claro que no quiere pactos, ni silencio, ni olvido. Por unos días guardó su rabia, porque lo prioritario era rescatar a las personas atrapadas y ayudar a las familias proletarias que tenían sus barrios inundados. Pero él 9 de noviembre, cerca de 200.000 integrantes del proletariado salieron a las calles de la ciudad de Valencia, para denunciar el papel criminal y cómplice de todos los dirigentes del Estado capitalista.
Esta complicidad se pone aún más de manifiesto cuando el Estado y sus partidos protegían y respaldaban una manifestación de grupúsculos con simbología nazi en Madrid, mientras reprimían la justa manifestación de Valencia. De ahí el sentido de lo que ha dicho uno de sus participantes:
“La policía ha cargado duro, me dieron dos porrazos en la cabeza, pero tuvieron que salir corriendo, ¡este es el camino!”