Trochando Sin Fronteras, agosto 9 de 2021
Cada 4 años se elige uno distinto (aunque últimamente algunos repiten mandato)… desde la época de la independencia del colonialismo español hasta nuestros días, se han sucedido gobierno tras gobierno y todo sigue igual o peor. Lo mismo pasa con el Congreso: senadores y representantes, viejos o nuevos, siguen aprobando leyes que atacan a los pobres y defienden a los ricos.
¿Por qué razón pasa esto? ¿Acaso estamos destinados a que los “politiqueros” nos sigan engatusando indefinidamente? Si hace 200 años el problema era que el gobierno se dirigía desde España y aquí mandaban los virreyes y los delegados de la iglesia, ¿por qué al acabarse eso la situación no mejoró para la mayoría del pueblo colombiano?
Vale la pena reflexionar sobre esto, ya que no es asunto de poca monta. El congreso y los presidentes (así como los gobernadores, alcaldes y legisladores en los departamentos y municipios) tienen mucho que ver con la cotidianidad de nuestras vidas. Cosas como el precio del mercado, el valor del transporte, hasta la posibilidad de ir al médico o a que nos hagan un examen, etc.
Ellos siempre prometen cosas buenas en campaña (“más trabajo, menos impuestos”, por ejemplo), pero nunca o casi nunca vemos que eso se cumple y, sin embargo, siguen ahí en sus puestos, nadie los tumba, ni la Procuraduría, ni la Contraloría, ni la Fiscalía, ni mucho menos la gente del común. Al contrario, varios de los anteriores, o todos ellos, contribuyen a reelegir a esos mismos que nos engañaron.
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¿Entonces el problema es la mala fe de esos candidatos que se vuelven gobernantes o legisladores? Hasta cierto punto, sí, porque la inmensa mayoría de ellos sabe que no cumplirá sus promesas de campaña, y que su mandato no será para beneficiar a la mayoría necesitada, sino a la minoría poderosa. Pero el verdadero problema está detrás de esos politiqueros; está en lugar que no vemos, no alcanzamos a ver o a veces, no nos interesa ver: está en el sistema. Pero… ¿Qué es ese tal sistema? El mecanismo que se ha creado para que unas pocas personas en el mundo se apropien de la riqueza que produce la inmensa mayoría de la población con su trabajo y, por supuesto, de los recursos naturales que hay en los territorios.
El sistema con el que funciona la mayoría de países del mundo es el Capitalismo, y permite, básicamente que los dueños de grandes medios de producción (industrias, minas, inmensas extensiones de tierra, fábricas, medios de comunicación, etc.) acumulen progresivamente el capital. Capital que se genera cuando miles de millones de personas trabajan diariamente generando riquezas al fabricar mercancías y vender servicios, y claro, también al pagar sus impuestos.
En el capitalismo, es donde podemos encontrar la respuesta ese problema de la injusticia, la corrupción y el “mal gobierno”, entre otros muchos. Aunque los países capitalistas se han empeñado en afirmar y convencer a la gente de que su sistema económico se basa en la democracia, esa afirmación es lo que llaman un sofisma. Es decir, un argumento falso que se pretende hacer pasar por verdadero. Por eso es que en tales países, se le hace tanta propaganda a las elecciones, a los partidos políticos. De igual manera a las peleas e intrigas casi faranduleras (shows) que se tejen en ese medio y a las supuestas o reales diferencias entre uno y otro candidato o entre tendencias políticas. Eso pasa porque es necesario mantener la apariencia de diversidad, de disputa y hasta de libertad que representa el hecho de existir diferentes partidos y movimientos políticos, para demostrar que la democracia sí existe y que, además, funciona.
Pero en la realidad, la democracia en el capitalismo, es una farsa. No solo porque todos los partidos (en mayor o menor medida, con estilos diferentes) terminan acatando las instrucciones que imparten quienes tienen en poder económico (los ricos), sino porque discrimina, excluye, niega o elimina a quienes representan verdaderas propuestas distintas para la sociedad. Pruebas hay miles, pero resaltaremos las más evidentes, para ilustrar:
1. El genocidio que en Colombia (y otros países similares) se está desarrollando contra los trabajadores, especialmente contra aquellos que impulsan ideas distintas a las que defiende el gobierno o los grandes grupos económicos. Ese genocidio está representado en los millones de homicidios, amenazas, desplazamientos, y encarcelamientos que se han presentado en las últimas décadas, pero tienen antecedentes en hechos ocurridos hace más de 200 años, tales como la rebelión de los comuneros (1781).
2. La persecución y aniquilamiento a movimientos políticos de izquierda que han intentado participar en contiendas electorales, de lo que hay varios ejemplos también, como el liberalismo representado en Jorge Eliécer Gaitán, la Unión Patriótica, el movimiento A Luchar, el Partido Comunista, el Movimiento 19 de Abril, etc.
3. La expedición de normas que sirven para fortalecer a los partidos de derecha (antiguos o nuevos) y sus alianzas, y al tiempo cerrar el paso a nuevos movimientos que ven menguadas sus posibilidades de obtener mayorías.
4. La conformación de una maquinaria electoral que compra y vende votos, pagando por ello desde un tamal hasta altos cargos públicos, contratos y notarías.
Todo lo anterior, planeado, patrocinado y protegido por los empresarios inmensamente ricos, dueños de fortunas obscenas, quienes tras bambalinas deciden quién será el presidente y de ahí en adelante…
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Por eso decimos que el problema no está solo en el presidente de turno, así sea un tecnócrata, torpe y ridículo como el que actualmente ocupa la casa de Nariño. Y si ese no es el problema, tampoco es la solución.
Como el problema está más al fondo e implica otros factores económicos, sociales e incluso culturales, la solución también hay que buscarla más allá. La solución, entonces, debemos buscarla en una nueva forma de sociedad. Una que supere la explotación y apropiación de la riqueza colectiva, y con ello, elimine gradualmente esas viejas mañas de la politiquería, el abuso de poder, la corrupción y demás males que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en el gobierno, la ley y la “justicia”.
Construir una verdadera democracia no solo es una necesidad, sino un deber. Una democracia que no sea solo letra muerta, sino que se vea en cada espacio y actividad social; que se base en la igualdad de oportunidades para la participación de la gente, pero una participación que sea activa, permanente y directa.
El objetivo de esa democracia será la dignificación del ser humano, es decir, trabajar conjuntamente para que todos tengamos acceso a los medios para resolver nuestras necesidades básicas de alimentación, salud, educación, recreación, vivienda, etc. y no para que unos vivan bien a costillas de otros. Estas alternativas de democracia podemos impulsarlas a través de ejercicios aplicables desde ahora, en nuestras dinámicas sociales y comunitarias, tales como: asambleas, Juntas de gobierno, cabildos indígenas, consejos comunitarios, Juntas de acción comunal y Juntas Administradoras Locales, sindicatos y organizaciones gremiales.