«Era el Tercer Festival de Arte a la Esquina y la Vereda, que en esta ocasión llegó a esta periférica y abandonada región a buscar un espacio propicio para intercambiar saberes culturales y recrear el papel del arte en la sociedad»
Trochando sin Fronteras Saravena – Arauca 15 de Diciembre de 2015
Nunca se había visto algo parecido. Muchachos con pintas raras, muy coloridos, mechosos, pero también indígenas, campesinos y gente de los barrios populares de las grandes ciudades inundaron las calles de Saravena. Los recibió este pueblo del piedemonte araucano que se forjó a raíz de la colonización campesina y que, por ende, conoce muy poco de teatro, danza, títeres o murales. Era el Tercer Festival de Arte a la Esquina y la Vereda, que en esta ocasión llegó a esta periférica y abandonada región a buscar un espacio propicio para intercambiar saberes culturales y recrear el papel del arte en la sociedad.
Por eso vimos gente asombrada en las calles del pueblo, observando con atención la multicolor caravana que desfiló el viernes 11 de diciembre desde un emblemático edificio (el de las organizaciones sociales), hasta el parque central de Saravena. Allí se escuchó joropo con contenido social y se disfrutó de danzas folclóricas traídas desde el vecino municipio de Fortul. Caía la tarde los artistas que llegaron con el festival se despidieron de la gente y regresaron a la sede social, donde los esperaba la comida y un merecido descanso luego de los varios kilómetros de recorrido carnavalesco.
El sábado, segundo día del Festival, los más de 300 artistas se ubicaron en el coliseo de Saravena Jacinto Jeréz Archila, lugar que eligieron como sede principal para su trabajo político y cultural. De allí salieron para tomarse la esquina en el parque del barrio Galán, y la vereda en el corregimiento de Puerto Nariño. Toda la tarde estuvieron compartiendo sus expresiones artísticas con la comunidad que, extrañada por la pinta y los raros movimientos de payasos y saltimbanquis, miró atenta cómo sus espacios cotidianos se llenaban de color.
En esos escenarios se combinaron el joropo y el rap, la carranga y las marionetas, el teatro y la danza. Niños y adultos rieron, expresaron asombro por las diversas manifestaciones de lo que tan lejos ha estado del pueblo: el arte. Por eso fue que varios de los colectivos artísticos que vinieron con el Festival fueron enfáticos al afirmar que la primera necesidad que tiene el movimiento que se piensa crear es la de crear un arte desde el pueblo y para el pueblo. Lo que se quiere es despojar al arte de sus vestiduras burguesas y elitistas, sacarlo del museo, del escenario privado, del auditorio, para llevarlo, precisamente a la esquina y a la vereda, al barrio, a la calle, al río, a esos espacios en los que cotidianamente el pueblo trabaja y comparte con sus familias y vecinos.
El domingo los artistas discutieron acerca de su horizonte organizativo. En cinco mesas de trabajo debatieron y planearon el sendero a recorrer para el próximo año.
Así fue que la tercera jornada se trasladó de nuevo a otros lugares del municipio. Parques de diferentes barrios de Saravena en los que cada vez más gente iba acercándose para ver qué era lo que estaba pasando ahí. Y, de nuevo, la misma sensación: asombro y timidez en los rostros de los vecinos, pero luego risas y aplausos llenaron los escenarios. Al 4 de diciembre, barrio que fue creado por ocupación de familias desplazadas o escasos de recursos, el Festival llegó con música colombiana, teatro y otras presentaciones que convocaron principalmente a los niños. Claro que no faltó el vecino, ya entrado en años, que al escuchar el requinto recordó la música de su tierra santandereana y bailó sólo en medio de los espectadores.
En la casa comunal del barrio 20 de Julio, un grupo de capoeira les contó a los asistentes la historia de esa técnica de lucha y danza que proviene desde los esclavos africanos y que se intenta rescatar para mantener la memoria de la resistencia. Luego una mujer representó la lucha que en Latinoamérica ha librado las mujeres para defender su territorio y su pueblo. Finalmente, el grupo de teatro Víctor Jara ejecutó una obra de la Red Juvenil de Medellín, que dio cuenta de las triquiñuelas que hacen empresas transnacionales como Monsanto y Texaco con el gobierno nacional para llevarse la riqueza de nuestro país.
En la última jornada del festival, aunque cansados, los asistentes y artistas que visitaron el evento se llenaron de ánimo, cubrieron de danza el coliseo y la concha acústica. La salsa y el joropo fueron los protagonistas de la mañana. Las parejas bailaban al ritmo de melodías cubanas, puertoriqueñas y colombianas.
Luego de todo ese baile, el llamado de los organizadores del evento fue a reunirse de nuevo para exponer las conclusiones del evento. Se habló de la responsabilidad histórica que tiene el pueblo latinoamericano de buscar las vías de la transformación y la liberación, en este caso, a través del arte y la cultura. También se dijo que el Festival debe mantenerse como una oportunidad para dignificar la labor del artista en la sociedad, como sujeto de transformación desde su oficio. Y así se va cumpliendo el objetivo que reunió centenares de artistas en Saravena.
El festival llegó a su fin cargado de elementos organizativos para construir el movimiento nacional de artistas. Las delegaciones prepararon sus maletas y desarmaron sus carpas. Caras de complacencia, fraternidad y expectativa son las que se despiden de Saravena. Los asistentes al festival abordan los buses que los llevarán a su destino, consientes de que la tarea y el compromiso esta en el trabajo que cada uno haga desde su sitio de origen y desde la articulación que tengan entre ellos.
Los artistas se alejan, mientras piensan en la próxima cita. La cuarta edición del Festival será en Medellín.