Trochando Sin Fronteras, edición 32 mayo – junio de 2017
Por: Fuerza Nacional Magisterial FUNAMA – Arauca
En el marco del proceso de paz de La Habana, Cuba, el gobierno colombiano creó el decreto 1038 de 2015. Esta norma reglamenta la asignatura obligatoria “cátedra de la paz” para todos los establecimientos educativos oficiales y privados del país. En cumplimiento de ello, los colegios deben modificar sus Planes Educativos Institucionales -PEI-. Estas deben incluir prácticas pedagógicas y proyectos que permitan comprender e incidir en la resolución del conflicto social y armado desde diferentes niveles y compresiones, según el grado de escolaridad de los estudiantes (preescolar, básica y media).
No obstante, para los docentes de los colegios públicos, impartir la ‘Cátedra de la Paz’ significa -desde sus experiencias- una asignatura contradictoria frente a la triste realidad del país. Esto, debido a a que el sistema educativo funciona más para la competencia, la individualidad y la parcelación del conocimiento, que para la solidaridad y la resolución colectiva de los problemas.
Desde comienzos de este siglo se han agudizado los mecanismos de control y seguimiento al trabajo docente; el gobierno tiende a expropiar el saber pedagógico colocándole en función de una lógica mercantil que exige resultados en corto plazo y con pocos recursos.
Para ello el sistema educativo posee una legislación que practica el control de la vida laboral y social del docente; entre estas tenemos el decreto 1850 del 2002, que reglamenta y sobre dimensiona la jornada laboral docente, dentro y fuera de los establecimientos educativos, invisibilizando su trabajo concreto y sobrepasando las 8 horas reglamentadas (situación que sufren docentes del antiguo, como del nuevo estatuto laboral).
El decreto laboral de los nuevos docentes reglamentado en el estatuto 1278 del 2002, evalúa punitivamente, discrimina y controla el rol laboral y social de los nuevos docentes. La intención es que éstos sean más flexibles a un proyecto educativo hegemónico.
El decreto 0325 del 2015, mejor conocido como Día E, o de la “Excelencia Educativa”, aplica anualmente un mecanismo sofisticado de evaluación denominado Índice Sintético de la Calidad de la Educación – ISCE; con él se evalúa cada institución y se comparan los resultados obtenidos calificándolos con la misma metodología, sin importar las diferencias culturales, de infraestructura, recursos, territorio y grado de vulnerabilidad de las niñas, niños y jóvenes, frente a un promedio nacional y departamental.
Al respecto, hoy en día la comunidad educativa gasta el triple de tiempo, esfuerzo físico, emocional y cerebral en adiestrar a los estudiantes para subir resultados en las pruebas nacionales (Saber) e internacionales (PISA). Por tanto desde la experiencia de jóvenes y niños la escuela se transforma en un lugar ajeno e inhóspito, que sólo busca puntajes, más no la formación integral de seres humanos.
Por eso podemos concluir que el sistema educativo es un escenario que propicia y profundiza la exclusión y la guerra, mientras que aporta poco o nada a la construcción de valores, principios y conocimientos enriquecedores para el desenvolvimiento social de jóvenes y niños.
Desde otras experiencias, pero sobrellevando las mismas y duras condiciones laborales y de bienestar nombradas anteriormente, la cátedra de la paz se vislumbra como la grieta desde la que es posible seguir rompiendo la rigidez que aísla los colegios de las reales condiciones sociales. Algunos maestros hacen de esta una oportunidad más para oxigenar instituciones educativas en relación con el territorio, con la cultura popular, con la memoria histórica, pero sobre todo con la justicia social. Oportunidad que transita por la relación activa de la escuela con la comunidad, haciendo de las organizaciones sociales y docentes elementos de gran importancia.
Desde ella se habla y reflexiona sobre diversas problemáticas, rechazando el matoneo escolar, a tal punto que algunas propuestas han señalado a los enfoques de evaluación como discriminatorios, excluyentes y causantes históricos de este flagelo. También se promueven modificaciones a los manuales de convivencia, haciendo a un lado el machismo, la homofobia y diversas prácticas de exclusión forjadas desde los medios de comunicación masivos, la iglesia y la familia. Se estimulan prácticas y proyectos en educación ambiental que pasan por el reciclaje, que abordan el entorno ambiental como la madre de la vida, permitiendo indagar, investigar y movilizar docentes y estudiantes frente a la explotación de los recursos naturales y minero-energéticos en zonas rurales y urbanas. En fin, ha servido para seguir disputando desde las aulas un proyecto social más justo, ético y digno.
Por ello, pese a las pésimas condiciones sociales que perduran en campos y ciudades, en los cuales colegios, escuelas y universidades son escenarios de disputa y conflicto. La cátedra de la paz y demás prácticas educativas, deben ser el puente para seguir reflexionando y actuando sobre el significado de la paz. Esta no puede entenderse simplemente como el silenciamiento de los fusiles, sino como la transformación de las condiciones necesarias para la vida digna de estudiantes, trabajadores docentes y demás sectores explotados de la sociedad.