Con triunfalismo, las diferentes fuerzas de oposición han celebrado los resultados de la movilización del pasado 21 de abril. Aunque los resultados son estridentes, no deberían sorprender. La tendencia de la movilización de masas hacia los sectores políticos que representan el status quo colombiano comenzó una vez que el gobierno progresista formalizó su ascenso al poder presidencial. Lo particular es que el flujo de intercambios de ideas políticas que las derechas lograron calar en amplios sectores de la sociedad haya sido tan acelerado y bajo la impotencia de las filas progresistas, que aturdidas han preferido refugiarse en explicaciones fáciles y maniqueístas que rayan con el irracionalismo y el izquierdismo, sin profundizar un poco en el carácter de las contradicciones que han permitido tan lamentable resultado.
Entre las múltiples limitaciones del régimen de gobierno que han sido señaladas con hastío por diversos analistas, ha sido habitual destacar el riesgo de que la mala gestión social y política del gobierno en diferentes campos pueda permitir que amplios sectores de la sociedad se inclinen hacia la derecha. En ello, no solo han jugado los limitantes y contradicciones propias, sino también los sedimentos culturales de nuestro país y la manera en que, desde las élites, las clases trabajadoras y populares han construido su psiquis cultural y su espíritu político. Al mismo tiempo, el bloque de poder ha sabido desplegar el conjunto de factores de poder que le han permitido reproducir su hegemonía a través de las empresas de comunicación y el conjunto de instituciones sociales mediante las cuales tradicionalmente se nuclea la sociedad: iglesia, familia y propiedad.
Al parecer, los sectores retardatarios han sabido aprovechar la profundización de las contradicciones en los últimos meses. Los resultados de la gestión parlamentaria, de las elecciones regionales, el choque entre grandes capitales y el gobierno, la ampliación de la manipulación mediática y la débil defensa política de las banderas del cambio frente a la sociedad, son algunas de las cuestiones que hoy cobran su saldo. En este contexto, los sectores de la izquierda progresista han recurrido al burocratismo de sus propios medios y al despliegue del manejo de una máquina estatal hecha a imagen y semejanza de intereses contrarios, en medio de un omega que refleja el reflujo de su capacidad de convocatoria, pese a los constantes esfuerzos del líder progresista por señalar los derroteros que la táctica de acumulación de fuerzas debería materializar: asambleas populares, procesos constituyentes, impulsos a la gestión obrera y popular, gobernanza territorial y regional, sin que hasta el momento haya podido contener la tendencia al estancamiento y debilitamiento de las fuerzas.
La masiva movilización de los sectores inconformes no es homogénea y sería un tremendo error verla de esta manera. Esto significaría firmar un cheque en blanco a los sectores más recalcitrantes del establishment colombiano y un tiro en el pie para los sectores progresistas y la izquierda popular. Si bien, en su acalorada excitación, parte de los manifestantes hicieron gala de los tópicos irracionales del conservadurismo, con su tradicional antizquierdismo, la política racional y objetiva no debe desaparecer del abanico de posibilidades. Es necesario acudir a la persuasión de los sectores menos retardatarios que se han desgajado hacia las filas de la reacción, lo cual solo es posible con un alto ímpetu y destreza para jugar la política a la luz de las contradicciones y conflictos que aquejan al país.
El oportunismo político de los cuadros de la oposición ha llevado a la exigencia de congelar las propuestas de reforma que ha esgrimido el progresismo. El contingente de masas movilizadas permite dar base social y popular al programa restaurador o de los «cambios serenos» y jugar a varias bandas. Por un lado, neutralizar el ya mutilado paquete de reformas del progresismo e incrementar su crisis de legitimidad. Por otro, imponer su liderazgo como parte esencial del proyecto restaurador de un orden hegemónico que, honestamente, no ha sido alterado ni un grado en su máxima esencia. Y también, obstaculizar el despliegue de una alternativa de izquierda y sus posibilidades de desarrollo a corto y mediano plazo.
La situación se agrava si se contempla el radical proceso de ascenso del paramilitarismo por todo el territorio nacional. Su ofensiva ha destacado el exterminio de las fuerzas territoriales de la izquierda popular; tiro a tiro, ha asesinado importantes cuadros de los movimientos sociales y ha utilizado el terror estatal como forma de disciplinamiento social y político. El copamiento territorial de estos actores se contrasta con los choques de una incoherente paz total que ha terminado por fragmentar los procesos de diálogo según las contingencias regionales, restando capacidad a un proceso de solución nacional y dando pie para que el conflicto continúe fragmentándose en escenarios inmanejables de guerras, ofensivas y negociaciones regionales.
El actual escenario fuerza el despliegue de los esfuerzos de la izquierda popular hacia la sociedad, en clave de contrarrestar el desarrollo del consenso restaurador entre fuerzas políticas retardatarias y clases populares, mediante la acumulación de fuerzas y permitiendo abarcar campo político en un escenario cada vez más estrecho. Junto a la incipiente movilización de masas, debe encararse la naturaleza de la crisis del país y esgrimir racionalmente la defensa y legitimidad de un proyecto político de cambio estructural de nuestra sociedad.