Un fantasma recorre Colombia, es el fantasma del progresismo, y aunque en los grandes medios, analistas y periodistas de agendas locales, regionales e internacionales se le pongan diversos nombres, el venidero gobierno de Gustavo Petro, Francia Márquez y del Pacto Histórico, pasa por la socialdemocracia, el liberalismo y el “centro” político, más que a la izquierda. Y es que precisamente los grandes medios privados e internacionales, ante la falta de profundidad en el análisis político, no encuentran más titular que “el primer gobierno de izquierda en Colombia”, repitiendo así una falsedad, que vista desde múltiples aristas, puede evidenciar varias realidades, para nada irrelevantes.
Crear pánico alrededor de un gobierno progresista es la mejor técnica de la derecha para cerrarle cualquier camino a un verdadero gobierno de izquierda, muestra de ello han sido todas las campañas electorales en América Latina, e incluso en Estados Unidos, en donde el miedo infundado en contra de Venezuela, Cuba, Nicaragua o cualquier gobierno “socialista” se convierte en el caballo de batalla para que la derecha más rancia estigmatice, señale, y, sobre todo, incluso, de la mano del mismo progresismo, siga reproduciendo la Doctrina del Enemigo Interno, el anticomunismo y el odio a quien se rebele contra el sistema. Es tan evidente su fascismo, que hasta un liberal socialdemócrata que no representa riesgos para su modelo, lo pintan como el peor demonio. Entonces, no es cierto que el gobierno del Pacto sea comunista, socialista, ni siquiera en total rigor, de izquierda, aunque en un país tan de derecha, incluso el más liberal, suena como antisistema, y se le pinta como demonio.
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Algunos medios internacionales, además, han señalado que la votación de Petro y el Pacto solamente ha sido posible gracias al proceso de negociación y “paz” con las extintas FARC, supuestamente gracias a que “el silencio de los fusiles permitió ver otros problemas” como la corrupción, por ejemplo. Sin embargo, esta afirmación se cae por su propio peso, empezando porque no es cierto que los acuerdos para la desmovilización de las FARC hayan llegado a soluciones reales que permitieran silenciar los fusiles, sino, más bien, el silencio de los fusiles farianos y el desmonte apresurado de sus estructuras llevó al surgimiento de nuevas estructuras armadas y al disparo de nuevos fusiles, ya no sobre una concepción política rebelde, sino bajo los designios del narcotráfico paramilitar, generando así, no solo en los últimos 4 años, sino desde el gobierno Santos, ríos de sangre, desplazamientos, masacres y el ininterrumpido genocidio contra el pueblo colombiano, sus líderes y organizaciones, manteniendo vivo el demonio de la guerra, pero luciendo galardones de Nobel de Paz.
Ya vienen los analistas de los grandes medios desgastando esa lectura de que “por Petro votaron las periferias”, basados en un mapa bicolor que muestra la votación del 19 de junio, con morado los departamentos, principalmente de sur occidente y la costa norte, que votan por Petro y en naranja los departamentos, principalmente de la zona centro y oriente que votan por Rodolfo. Escupir un análisis apresurado con base en este mapa bicolor, esconde y desdibuja las mismas condiciones de miseria, pobreza y marginación que se viven en todo el país, e incluso la condición de los colombianos en el exterior, así hayan votado por una u otra opción. Las dos caras de la moneda no se ven comparando un departamento con otro, sino las condiciones de vida y la aguda explotación de una clase sobre otra, en todos los departamentos.
“Con Petro ganó el pueblo colombiano, los cambios y quienes lucharon por los mismos en el estallido social, las comunidades afrodescendientes, indígenas, las mujeres y la juventud”. Es otra de esas afirmaciones apresuradas, que, si bien puede ser parcialmente cierta, no se puede revestir de celebraciones y optimismos miopes, ya que con la victoria del Pacto también ganan Roy Barreras, Armando Benedetti y la centena de figuras políticas de “centro” derecha que se subieron al bus del Pacto para cerrarle el paso, precisamente a los sectores populares con vocación de cambio, quienes además, ahora en el grupo ganador, tienen la oportunidad precisa para lavar la sangre de sus manos y limpiar la imagen, mostrándose como uribistas rehabilitados que ahora ya no están del lado de la corrupción.
Es lógico por eso el miedo del uribismo más rancio a un gobierno de Petro, porque representa lo que siempre odiaron, un gobierno de Santos II, pero a la vez es irracional, porque el odio a Santos les nubla la vista, cegándolos ante una realidad inevitable: el gobierno de Petro no va a tocar sustancialmente la estructura económica del país, no va a romper con los grandes negocios del capital global, ni va a amenazar los privilegios de la clase dominante, es decir, en últimas, el gobierno de Petro va a garantizar que los ricos puedan seguir viviendo sabroso en el largo plazo.
Con la victoria de Petro, pierde Uribe, pero gana Santos, pierde esa rancia burguesía, terrateniente y narco paramilitar, pero gana esa burguesía bogotana que prefiere no ensuciarse las manos si puede engañar. Y aunque se repita hasta el cansancio que ganó la izquierda, los pueblos y sus luchas, lo cierto es que no se ha ganado nada, y así como fue necesario luchar contra las políticas de Santos, las luchas de los pueblos y de la izquierda revolucionaria deben mantenerse, porque con Petro, los demonios de Santos se mantienen gobernando.