Por: Grupo de Estudios Geopolíticos y Territoriales -GEGT-
|Edición 20 |Noviembre de 2014|
La realidad se nos presenta dispersa, como fragmentos o pedazos de historias y relatos inconexos, como partes de momentos que no guardan relación entre sí. Sin embargo, esta no es la regla para entender a la sociedad en su complejidad y con ella, la geopolítica y sus manifestaciones en un mundo que se desborda en una de sus más grandes crisis.
Así es. En un ejercicio por entender la reorganización geopolítica de la crisis capitalista, señalaremos tres escenarios que merecen cierto grado de análisis y sobre todo de identificación de sus elementos comunes. Ellos son: 1) el golpe de Estado en Ucrania y el desarrollo de su guerra civil, 2) el conflicto árabe-israelí manifestado en la reciente masacre sionista en Palestina y, 3) el fenómeno creciente del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria. Nos ocuparemos de la revisión de estos tres acontecimientos de manera separada en tres ediciones, pero entendiendo la unidad existente e inseparable que todas ellas tienen como telón de fondo: la crisis del capital.
La situación ucraniana es imposible entenderla a la luz de conflictos culturales, tal y como lo presentan los medios masivos de difusión. Si bien Ucrania es un país en el que se encuentran varias costumbres, lenguas y tradiciones disímiles, estas se subordinan a la agenda que impone el mundo en crisis. Así, el golpe de Estado al gobierno de Victor Yanukovich es la manifestación superficial de una historia más compleja. Eso es explicable con el hecho de que pese a que el derrocado gobierno cedió a todas y cada una de las peticiones de las revueltas que sucedieron en Kiev, el golpe fue realizado. ¿Cuál era entonces el objetivo real de esos actos de desestabilización? ¿Quiénes eran sus protagonistas? Veamos.
Como por arte de magia, días después del golpe, el gobierno estadounidense y la Unión Europea en su conjunto, avalaron y legitimaron al nuevo gobierno instaurado. Las manifestaciones incluyeron demandas justas de los trabajadores, las que amoldadas bajo un discurso nacional chovinista, encajaban perfectamente en la agenda anexionista de Estados Unidos, la Unión Europea y el brazo militar internacional de estos, la OTAN.
Ya se está convirtiendo en manía del imperialismo alentar fracciones de oposición, muchas veces bajo demandas auténticas de los trabajadores, las que luego de cooptarlas y financiarlas, logran la desestabilización política de las naciones, como lo han demostrado las intervenciones en Libia, Siria y Venezuela.
En el caso particular de Ucrania, el gobierno norteamericano no dudó en aportar 5000 millones de dólares, los que en palabras de la portavoz del Departamento de Estados de los Estados Unidos, Victoria Nuland, estaban destinados a fortalecer “el buen gobierno y los valores democráticos”. Esa demagogia y palabrería de los derechos humanos terminó financiando a grupos nazis y de ultraderecha, como la UNA-UNSO, quienes aliados con los millonarios ucranianos, comandaron la desestabilización en Maidán.
Finalmente, el gobierno instaurado es una amalgama de la burguesía, en la que sectores nacionalistas de ultra derecha y defensores del libre mercado confluyen en acuerdos. Es por demás, un gobierno títere que tiene en su gabinete a 6 ministros del partido pro nazi Svoboda y también algunos multimillonarios como Sergei Taruta e Ihor Kolomoyskyi, hoy gobernadores de Donetsk y Dnipropetrovsk, respectivamente. Penosa situación para los trabajadores ucranianos quienes activaron la lucha de clases con justas demandas y en contra de la oligarquía.
Pero el panorama ucraniano rebasa las fronteras de ese país y nos anima a ver esta realidad desde la dinámica de la geopolítica de la crisis, las contradicciones entre potencias y sus maniobras por superarla.
La visita diplomática del nuevo faraón de Egipto a Moscú diez días antes del golpe de Estado en Ucrania, anuncia un reordenamiento del tablero mundial. Este episodio como parte del afianzamiento comercial implica para Rusia el mantener el control sobre el Mar Negro: única salida hacia el Mar Mediterráneo y la península arábiga. Por ello, es prioridad para el gobierno de Moscú mantener el poder geopolítico sobre la región de Crimea y principalmente sobre el puerto de Sebastopol, sitio donde se encuentra la mayor parte de la flota marítima rusa. Ello explica el apoyo irrestricto de Putin en principio a la autonomía de Crimea y posteriormente a su proceso de anexión a Rusia. En contraste, el apoyo no ha sido de la misma magnitud frente a los procesos de consulta popular llevados a cabo en las regiones de Donetsk y Lugansk, en donde la guerra civil es intensa y las mayorías trabajadoras se han sublevado ante el nuevo régimen ucraniano.
El significado de Crimea para Rusia es de ser la ruta al mundo del petróleo, hecho que es claro para Estados Unidos. Finalmente, si el juego predominante de Moscú para el posicionamiento en el mundo árabe y de medio oriente ha sido la efectiva estrategia diplomática, el imperialismo norteamericano utiliza su brazo militar para los mismos fines. Veremos cómo en medio del contexto del Estado Islámico se desenvuelve el tablero geopolítico de la crisis capitalista.